16 de junio de 2011

Macarena vs Danzaora



El viernes pasado, 10 de junio, tuve… no sé qué adjetivo ni sustantivo utilizar, pero sí sé que estaba emocionadísima por ver el espectáculo “Danzaora” de Rocío Molina, prodigio del nuevo flamenco. Más que emocionada, estaba a la expectativa. Había leído y escuchado un montón de cosas sobre ella, así que esperaba encontrarme con algo, ante todo, muy bien ejecutado e innovador.

El espectáculo empezó cuando todavía las luces del palco estaban encendidas y las personas seguían entrando en la sala. Sin embargo, al levantarse el telón, el bullicio se convirtió en un murmullo que fue apagándose al siguiente minuto.

Ella estaba de espaldas al público, y solo movía su brazo derecho… lo que bastaba para mantenerme enganchada, hipnotizada. Decidí no emitir ningún juicio sino hasta haber visto el espectáculo completo e hice un gran esfuerzo por no “pensar” en nada. Quería concentrarme en el ver, escuchar, sentir.

No me detendré a describir el espectáculo, pues es difícil poner en palabras aquello que vi. Solo diré que me gustó y mucho, y que el día que yo interprete una bulería o una seguiriya con tan solo una pizca de la gracia y la destreza de Rocío Molina, me sentiré plenamente realizada. Hasta que llegue ese momento, debo asistir a muchas clases, hacer montones de cursillo y estudiar hasta el cansancio.

Pero lo verdaderamente importante, o mejor dicho, lo que me parece pertinente destacar, es la dirección hacia la que apunta lo que vi. Como ya muchos han opinado, todo se resume en una palabra: innovación. Si bien es muy bonito ir a un tablao y ver a las bailaoras con sus lunares y sus flores, lo que se monta en el escenario del teatro tiene sabor a otra cosa.

Rocío Molina
Un vestuario simple, una o dos guitarras y la misma cantidad de voces, que se sientan en las pocas sillas que hay en el escenario. Todos se mueven, y con ellos, los elementos de la escenografía. Luces dramáticas, la entrada y salida de coreografías de manera espontánea, como si todo fuese parte de un mismo discurso artístico. Y en el fondo de toda presentación, está una historia, una reflexión, un tema del que “bailar” (porque no se “habla” del tema… más bien se habla del tema bailando).

Y, por supuesto, se fusiona. El flamenco puro, hondo, gitano, se alimenta de danza contemporánea, posiciones de ballet, y algo de actuación. Entiéndase que no estoy formulando una crítica. Por el contrario, estoy a favor de esta “evolución”, que no es nada nueva. El flamenco lleva años evolucionando en los escenarios Españoles e internacionales, y es algo que me parece positivo (con el permiso de los puristas).

Rocío Molina me recordó un poco a los espectáculos que tuve la oportunidad de ver en el XIII Festival De Jerez. Todos tienen en común esa búsqueda de la novedad, esa adaptación a los nuevos tiempos. Igual como hace Adriana Dobarro en los escenarios venezolanos (bailaora a quien respeto y admiro enormemente). Ella busca, fusiona, innova y siempre va un paso más allá. Es una artista visionaria, montada en la ola de la evolución flamenca.

Adriana Dobarro

Con todo lo anterior simplemente quiero decir que, para quienes queremos hacer algo con el flamenco a nivel profesional, debemos encerrarnos en el salón de clases y aprender lo más tradicional, pero con la plena conciencia de que más tarde, todo ese material será “remodelado” y ajustado al estilo que cada una escoja… sabiendo además, que en escena se nos pedirá un poco de todo: otros estilos de baile, actuación, pero sobre todo, mente muy abierta.

Así que, a la Macarena la dejamos para las fiestas familiares, en las que siempre nos piden que bailemos “pa´ve com é”, y en el escenario sacamos a quien lleva los honores: la que Rocío Molina ha bautizado como Danzaora.