Me encuentro nuevamente en este espacio que tiene mucho de real y ficticio. Antes de volver a escribir pasé por un lapso durante el cual pensé en lo mucho que tenía pendiente por contar. Haciendo una lista concienzuda me di cuenta de que era demasiado. Demasiados vinos, demasiadas clases, cursillos, viajes, copas y degustaciones.
Pudiese, sin embargo, hacer esa lista, contando brevemente en qué consistió cada evento, describiendo en frases cortas la nariz y el paladar de los caldos que he tomado, creando algo así como fichas de biblioteca. Sin embargo pasaría muchas cosas por alto: las horas, las situaciones, las personas y las emociones que acompañaron mis catas y mis bailes.
Porque muchos vinos fueron probados estando enamorada de mi acompañante, otros fueron degustados entre amigos y otros formaron parte de mis triunfos. Eso, sin duda alguna, enriqueció cada etiqueta e hizo que saboreara no solo el contenido de la botella, sino también la atmósfera.
Y si de flamenco hablamos, solo una palabra puede describir mis últimos meses de búsqueda del duende: madurez. O más bien aprendizaje, pero no solo en lo que se refiere al salón de clases, sino sobre todo fuera de él. Cada cursillo, cada palo aprendido, cada espectáculo está cargado de circunstancias demasiado importantes como para ser resumidas. No sé si será una causa o una consecuencia, pero el flamenco es sinónimo de vida, profundidad, inmensidad… o tal vez sea yo el sinónimo de todo eso.
El punto es que no puedo resumir en un par de entradas todo lo vivido y lo aprendido. Mirando hacia atrás me doy cuenta que el último tramo de este camino lo he recorrido casi a contra reloj, de manera vertiginosa y sin la más mínima intención de ponerle frenos. El resultado es este revoltillo de emociones alojadas en la boca del estómago, mezcladas con miedo y asombro.
Pero más allá de eso, me queda una satisfacción incalculable, de haber estado presente, de haber compartido, de haber vivido y amado durante todo este tiempo. Jerez de la Frontera, la ciudad de Mérida, Alto las Hormigas, Monte Velho, El Club del Junko, el estudio de Adriana Dobarro, Auyama Café, Casamigo, La Chistorra, el teatro Tilingo, el Vino Toma Caracas, la UNIMET, Margarita, Arte Gitano, mi casa, su casa… todo forma parte de esto que no puedo resumir, de lo que no puedo describir ahora, son mi pasado más reciente y significativo, lo que he aprendido y lo que me hace la mujer que hoy escribe.
Y ahora nuevas puertas se abren y se dibujan nuevos caminos. Los dejo con la expectativa de ver qué sucede, la misma que yo siento a cada hora y que, con plena conciencia de mis actos, me permito sentir a plenitud.
Perdonen esta divagación. Considérenlo como una confidencia entre ustedes y yo.
¡Hasta la próxima entrada!