Soy de las que piensa que la verdadera diferencia entre un artista y otro, es su capacidad de “transmitir” lo que sea que quiera transmitir, y así, hacernos sentir de alguna u otra forma.
Cualquiera pensaría que en flamenco la cosa es muy simple, porque con escuchar un hermoso acorde de guitarra, los ayes del cantaó o el retumbar del cajón, es posible erizar la piel de los presentes (a menos que no te guste el flamenco, claro). Así, con semejante preámbulo, basta que la bailaora ponga la “típica cara de flamenco” (entiéndase “ceño fruncido”, de cuatro taconazos y listo). ¡Qué fácil es emocionar al público! Pues… nada puede estar más alejado de la realidad.
Montarse en un tablao, además de horas de práctica, estudio y un sinfín de repeticiones, requiere una entereza y un coraje enorme. La valentía, se convierte en el factor fundamental una vez que estamos frente al público, porque sabemos, que un tacón “mal pisado”, a destiempo, sería fatal. Y con todo, debemos ser capaces de estar atentos al cante, a la guitarra, a nuestras compañeras, mantener la postura y la técnica, sonreír (porque en algunos bailes se sonríe, aunque usted no lo crea) y (como si lo anteriormente mencionado no fuese suficiente), debemos abrir nuestras emociones y dejar que fluyan por nuestro cuerpo.
Son precisamente ellas, esas sensaciones que nos genera el baile, lo que el público percibe, y es lo que, a toda costa, debemos lograr transmitir. Particularmente, me cuesta un montón dejar salir a flote estas sensaciones, porque continuamente pongo el freno de “¿lo estoy haciendo bien?”. Cuando, en realidad, lo ideal es haber ensayado tanto, que la coreografía sea algo tan natural como el caminar, y allí, en pleno baile, disfrutar de los cosquilleos, los suspiros, y el placer profundo que genera el bailar.
Entonces, el abrir las emociones es algo que, de alguna manera, también se practica y no se debe reservar únicamente “para el espectáculo”. Si bien nada se compara con lo que se genera interiormente cuando sabemos que tenemos público, es necesario dar el todo por el todo en cada ensayo, en cada clase. Es tarea de todos los días el darle sentido a cada punta, manito o giro de cabeza. En otras palabras, hay que darse por completo y quedar exhausto siempre.
Así que, si el flamenco es un arte de “expresión”, entonces (citando a Adriana Dobarro), “digamos algo”, pero hagámoslo siempre, y aunque corramos el riesgo de caernos al piso durante una clase por el “rush” de emociones, hay que tomar como hábito de ensayo, lanzarse continuamente a la piscina.
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