2 de julio de 2011

Lanzarse a la piscina

Soy de las que piensa que la verdadera diferencia entre un artista y otro, es su capacidad de “transmitir” lo que sea que quiera transmitir, y así, hacernos sentir de alguna u otra forma.

Cualquiera pensaría que en flamenco la cosa es muy simple, porque con escuchar un hermoso acorde de guitarra, los ayes del cantaó o el retumbar del cajón, es posible erizar la piel de los presentes (a menos que no te guste el flamenco, claro). Así, con semejante preámbulo, basta que la bailaora ponga la “típica cara de flamenco” (entiéndase “ceño fruncido”, de cuatro taconazos y listo). ¡Qué fácil es emocionar al público! Pues… nada puede estar más alejado de la realidad.

Montarse en un tablao, además de horas de práctica, estudio y un sinfín de repeticiones, requiere una entereza y un coraje enorme. La valentía, se convierte en el factor fundamental una vez que estamos frente al público, porque sabemos, que un tacón “mal pisado”, a destiempo, sería fatal. Y con todo, debemos ser capaces de estar atentos al cante, a la guitarra, a nuestras compañeras, mantener la postura y la técnica, sonreír (porque en algunos bailes se sonríe, aunque usted no lo crea) y (como si lo anteriormente mencionado no fuese suficiente), debemos abrir nuestras emociones y dejar que fluyan por nuestro cuerpo.

Son precisamente ellas, esas sensaciones que nos genera el baile, lo que el público percibe, y es lo que, a toda costa, debemos lograr transmitir. Particularmente, me cuesta un montón dejar salir a flote estas sensaciones, porque continuamente pongo el freno de “¿lo estoy haciendo bien?”. Cuando, en realidad, lo ideal es haber ensayado tanto, que la coreografía sea algo tan natural como el caminar, y allí, en pleno baile, disfrutar de los cosquilleos, los suspiros, y el placer profundo que genera el bailar.

Entonces, el abrir las emociones es algo que, de alguna manera, también se practica y no se debe reservar únicamente “para el espectáculo”. Si bien nada se compara con lo que se genera interiormente cuando sabemos que tenemos público, es necesario dar el todo por el todo en cada ensayo, en cada clase. Es tarea de todos los días el darle sentido a cada punta, manito o giro de cabeza. En otras palabras, hay que darse por completo y quedar exhausto siempre.

Así que, si el flamenco es un arte de “expresión”, entonces (citando a Adriana Dobarro), “digamos algo”, pero hagámoslo siempre, y aunque corramos el riesgo de caernos al piso durante una clase por el “rush” de emociones, hay que tomar como hábito de ensayo, lanzarse continuamente a la piscina.

16 de junio de 2011

Macarena vs Danzaora



El viernes pasado, 10 de junio, tuve… no sé qué adjetivo ni sustantivo utilizar, pero sí sé que estaba emocionadísima por ver el espectáculo “Danzaora” de Rocío Molina, prodigio del nuevo flamenco. Más que emocionada, estaba a la expectativa. Había leído y escuchado un montón de cosas sobre ella, así que esperaba encontrarme con algo, ante todo, muy bien ejecutado e innovador.

El espectáculo empezó cuando todavía las luces del palco estaban encendidas y las personas seguían entrando en la sala. Sin embargo, al levantarse el telón, el bullicio se convirtió en un murmullo que fue apagándose al siguiente minuto.

Ella estaba de espaldas al público, y solo movía su brazo derecho… lo que bastaba para mantenerme enganchada, hipnotizada. Decidí no emitir ningún juicio sino hasta haber visto el espectáculo completo e hice un gran esfuerzo por no “pensar” en nada. Quería concentrarme en el ver, escuchar, sentir.

No me detendré a describir el espectáculo, pues es difícil poner en palabras aquello que vi. Solo diré que me gustó y mucho, y que el día que yo interprete una bulería o una seguiriya con tan solo una pizca de la gracia y la destreza de Rocío Molina, me sentiré plenamente realizada. Hasta que llegue ese momento, debo asistir a muchas clases, hacer montones de cursillo y estudiar hasta el cansancio.

Pero lo verdaderamente importante, o mejor dicho, lo que me parece pertinente destacar, es la dirección hacia la que apunta lo que vi. Como ya muchos han opinado, todo se resume en una palabra: innovación. Si bien es muy bonito ir a un tablao y ver a las bailaoras con sus lunares y sus flores, lo que se monta en el escenario del teatro tiene sabor a otra cosa.

Rocío Molina
Un vestuario simple, una o dos guitarras y la misma cantidad de voces, que se sientan en las pocas sillas que hay en el escenario. Todos se mueven, y con ellos, los elementos de la escenografía. Luces dramáticas, la entrada y salida de coreografías de manera espontánea, como si todo fuese parte de un mismo discurso artístico. Y en el fondo de toda presentación, está una historia, una reflexión, un tema del que “bailar” (porque no se “habla” del tema… más bien se habla del tema bailando).

Y, por supuesto, se fusiona. El flamenco puro, hondo, gitano, se alimenta de danza contemporánea, posiciones de ballet, y algo de actuación. Entiéndase que no estoy formulando una crítica. Por el contrario, estoy a favor de esta “evolución”, que no es nada nueva. El flamenco lleva años evolucionando en los escenarios Españoles e internacionales, y es algo que me parece positivo (con el permiso de los puristas).

Rocío Molina me recordó un poco a los espectáculos que tuve la oportunidad de ver en el XIII Festival De Jerez. Todos tienen en común esa búsqueda de la novedad, esa adaptación a los nuevos tiempos. Igual como hace Adriana Dobarro en los escenarios venezolanos (bailaora a quien respeto y admiro enormemente). Ella busca, fusiona, innova y siempre va un paso más allá. Es una artista visionaria, montada en la ola de la evolución flamenca.

Adriana Dobarro

Con todo lo anterior simplemente quiero decir que, para quienes queremos hacer algo con el flamenco a nivel profesional, debemos encerrarnos en el salón de clases y aprender lo más tradicional, pero con la plena conciencia de que más tarde, todo ese material será “remodelado” y ajustado al estilo que cada una escoja… sabiendo además, que en escena se nos pedirá un poco de todo: otros estilos de baile, actuación, pero sobre todo, mente muy abierta.

Así que, a la Macarena la dejamos para las fiestas familiares, en las que siempre nos piden que bailemos “pa´ve com é”, y en el escenario sacamos a quien lleva los honores: la que Rocío Molina ha bautizado como Danzaora.

25 de febrero de 2011

... A la espera

Y allí estoy, tras la puerta, sin poder entrar por completo y sin la más mínima intención de huir.
“Quiero hacerlo, quiero entrar”, es lo único que pienso. Y es algo con lo que tengo que vivir, hasta que, finalmente, consiga mi objetivo.
Tengo una cosa a mi favor (o en contra, no lo sé), soy terca, testaruda, fissata, absolutamente obsesionada de las cosas que hago y las cosas que amo.
Escucho el eco de los clavos en las tablas, el tria-pita de las castañuelas. Veo brazos que bailan desde la puerta, cabezas que cambian de dirección, sigo con la mirada los paseíllos y cuento los tiempos en las escobillas. Todo está allí, en mis narices, casi puedo tocarlo con la yema de los dedos… pero todavía no.
El alma, o lo que sea que habite en nuestro interior, se lamenta, se encoge, genera dolor e impaciencia. “Todavía no”, me repito, esperando poder cumplirme la promesa que hice al dejar el trópico y escoger, antes que la bota, la cuna de los toros, del jamón con tomate y el vino Rioja (entre tantas otras cosas).
Trabajar, estudiar, trabajar… y el momento en el que me reencuentre con ese duende llegará.