25 de febrero de 2011

... A la espera

Y allí estoy, tras la puerta, sin poder entrar por completo y sin la más mínima intención de huir.
“Quiero hacerlo, quiero entrar”, es lo único que pienso. Y es algo con lo que tengo que vivir, hasta que, finalmente, consiga mi objetivo.
Tengo una cosa a mi favor (o en contra, no lo sé), soy terca, testaruda, fissata, absolutamente obsesionada de las cosas que hago y las cosas que amo.
Escucho el eco de los clavos en las tablas, el tria-pita de las castañuelas. Veo brazos que bailan desde la puerta, cabezas que cambian de dirección, sigo con la mirada los paseíllos y cuento los tiempos en las escobillas. Todo está allí, en mis narices, casi puedo tocarlo con la yema de los dedos… pero todavía no.
El alma, o lo que sea que habite en nuestro interior, se lamenta, se encoge, genera dolor e impaciencia. “Todavía no”, me repito, esperando poder cumplirme la promesa que hice al dejar el trópico y escoger, antes que la bota, la cuna de los toros, del jamón con tomate y el vino Rioja (entre tantas otras cosas).
Trabajar, estudiar, trabajar… y el momento en el que me reencuentre con ese duende llegará.

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